El Madrid de hace cien años
En las páginas de Papel y Tinta, Madrid casi es un personaje más. Por este motivo, quiero que retrocedamos en el tiempo para comprender un poquito mejor cómo era esa ciudad por la que pasearon los madrileños que vivieron en tiempos de Elisa Montero. Hablamos de una urbe en plena evolución, en constante cambio. En apenas treinta años, Madrid dejó de ser un montón de proyectos en vías de aprobación para convertirse en la ciudad contemporánea con la que soñaban ya en el siglo XIX. Así, sumó 1500 hectáreas a su extensión, dio la bienvenida a nuevos barrios, modernizó su oferta de ocio, se inauguró la red de metro y los automóviles comenzaron a inundar las calles. ¡Toda una revolución!Cien años atrás
Para conocer el Madrid que aparece en las páginas de la novela Papel y Tinta lo primero que debemos hacer es tomar conciencia de las dimensiones de la Villa allá por el año 1910.
Plano de Madrid @ IGR PO 1910 CC - BY 4.0. Instituto Geográfico Nacional
Como se puede apreciar, la urbe, que estaba en pleno proceso de ensanche, todavía no se ha anexionado los municipios limítrofes – medida que no llegó hasta los años cincuenta del siglo XX-. Por tanto, hablamos de un término municipal que, en 1910, tiene como límite norte un hipódromo, el de la Castellana, solo superado por el inicio del barrio de Cuatro Caminos y el velódromo. Los límites sur y oeste apenas cruzan el río Manzanares. Y el este queda dentro del trazado del paseo de Ronda (hoy calle del doctor Esquerdo).
El concepto amurallado - que había acompañado a la ciudad desde el siglo IX - desapareció definitivamente en 1868 con la demolición de la cerca de Felipe IV. Esto contribuyó al rediseño de una Villa que ansiaba parecerse a las grandes capitales europeas. El deseo de mutación, por tanto, ya se había activado en el siglo XIX, acelerado y motivado por varios factores como la grave destrucción material acaecida en tiempos de la Guerra de la Independencia y la ocupación napoleónica, el proceso desamortizador, la revolución industrial, el aumento de la población y el auge del higienismo.
Para entender el peso del cambio en su trazado en el primer tercio del siglo XX, veamos ahora un plano que data de 1930. La ciudad ha crecido, pero, sobre todo, se ha reinventado. El ensanche norte se ha ampliado, ha tomado forma la Gran Vía, han seguido creciendo los barrios obreros del sur, se han iniciado las obras para la construcción de la Ciudad Universitaria y, tras el cierre del hipódromo, se están levantando los Nuevos Ministerios. La zona centro, de calles tortuosas de tiempos medievales, está atravesada por arterias que la unen con las nuevas zonas urbanas. Y es que, en solo veinte años, Madrid tomó gran parte de la forma que hoy conocemos y reconocemos. Veamos, por partes, algunas de las principales características de esta revolución urbanística.

Plano de Madrid @ IGR PO 1930 CC - BY 4.0. Instituto Geográfico Nacional
Y Madrid se ensanchó...
Solo en la segunda mitad del siglo XIX, la población madrileña se duplicó, superando los 470.000 habitantes. Este hecho, propiciado tanto por la mejora en la calidad de vida como por la inmigración, planteó la necesidad de que la capital se expandiera. La forma más orgánica para hacerlo era superando la estructura amurallada y creando nuevos barrios en lo que, hasta entonces, eran los arrabales de la cerca. Así, desde la década de 1850 - reinado de Isabel II -, se trabajó en un anteproyecto de ensanche que estuvo a cargo del arquitecto e ingeniero Carlos María de Castro. Este plan planteaba la aparición de diversas zonas diferenciadas: una para la clase aristocrática, otra para la clase obrera, otra para las clases medias, etc...El tiempo, las disputas y los intereses terminaron dando la forma definitiva a esta idea que, aunque similar a la que tuvo Castro, no llegó a cumplir la totalidad de sus sugerencias. El plan se aprobó en 1898 aunque, ya desde la década de 1870 se había iniciado la edificación, auspiciada por el marqués de Salamanca, en los aledaños de la calle de Serrano, germen del barrio que hoy lleva su nombre. También, al margen del proyecto, habían crecido zonas como Cuatro Caminos, Argüelles, Alfonso XII o Guindalera. No obstante, entre 1890 y 1910, se produjo el empujón definitivo en la creación del ensanche norte, compuesto por la mencionada zona de Salamanca y la de Chamberí.

Barrio de Salamanca. 1927 en adelante @ Antonio Passaporte. Archivo Loty. IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte
Aunque, como se ha dicho, no se correspondían con la forma y funcionalidad con las que fueron concebidas casi cincuenta años antes, estos nuevos barrios sí terminaron representando el nuevo tipo de zona residencial de la ciudad moderna con: calles anchas, esquinas achaflanadas, casas de hasta cuatro pisos, palacetes u hotelitos, zonas ajardinadas, etc...Además, como consecuencia de la fiebre higienista, fueron barrios que contaron con buena canalización, iluminación, adoquinado, transporte y, para suerte de sus habitantes, de los primeros en disponer de viviendas con agua corriente y retrete.
En las páginas de Papel y Tinta, que abarcan desde 1908 a 1931, la construcción del ensanche norte está muy avanzada, pero no ha concluido del todo. Y es que, fue en la década de los treinta cuando se remataron las obras de mayor calado. No obstante, poco a poco, desde la finalización de las primeras calles y casas, estas modernas y saneadas zonas residenciales atrajeron a familias de clase media-alta y alta, detalle perceptible en la novela. Por su parte, en el ensanche sur, las familias de la clase obrera se instalaron, próximas a las fábricas y a las estaciones de ferrocarril - estación del Mediodía (1851), estación de Delicias (1880) y estación del Norte o Príncipe Pío (1882)-. También aparecieron colonias de viviendas en las zonas norte y este del ensanche.

Palacete vista exterior 1915-1936 @ Otto Wunderlich. Archivo Wunderlich. IPCE. Ministerio de Cultura y Deporte
El proyecto de la Gran Vía
En la línea de la transformación mencionada, a finales del siglo XIX, se puso sobre la mesa otro ambicioso proyecto: la construcción de una arteria que descongestionase la zona centro, atravesándola y conectándola con los nuevos barrios. Hablamos de la Gran Vía. Del mismo modo que ocurrió con el anteproyecto del ensanche, los planes para esta nueva vía de circulación se pasaron en los despachos desde la década de 1860 hasta 1899, momento en que se dio luz verde a la propuesta de los arquitectos Francisco Octavio Palacios y José López Salaberry. Sin embargo, las obras no comenzaron hasta 1910.Su construcción se llevó por delante edificios históricos que, tras haber acompañado a los madrileños durante siglos, quedaron borrados del futuro de la Villa. En total, se derribaron más de 300 casas, empezando por la casa del Cura de la iglesia de San José, que marcó el inicio de las obras, con el rey, Alfonso XIII, de testigo. La creación de la Gran Vía contó con tres fases diferenciadas de construcción que se sucedieron durante veinte años. Por este motivo, los personajes de Papel y Tinta, en lugar de entenderla como una sola avenida, se refieren a ella con tres nombres diferenciados, correspondientes a las tres etapas de edificación.

Avenida del Conde de Peñalver 1927-1937 @ Antonio Passaporte. Archivo Loty. IPCE. Ministerio de Cultura y Deporte
Los primeros martillazos se dieron en el tramo que iba desde la mencionada casa del Cura, en la calle de Alcalá, hasta la Red de San Luis, situada a la altura de la calle de la Montera. Las obras se extendieron desde 1910 hasta 1917, aproximadamente, y el nuevo trazado resultante se llamó avenida del Conde de Peñalver. En estos metros iniciales, se inauguraron elementos emblemáticos como el templete del metropolitano de la citada Red de San Luis (1920), el edificio del Círculo de Unión Mercantil (1924) o el Casino Militar (1916). En esta zona, también se instaló el comercio de lujo representado por selectas joyerías.
Desde los últimos años de la década de 1910 hasta los primeros de la de 1920, tomó forma la avenida de Pi y Margall. Esta comenzaba en la Red de San Luis y llegaba hasta la plaza del Callao. Como en el caso anterior, una vez se constituyeron las nuevas manzanas, despampanantes inmuebles ocuparon sus aceras. Así, los grandes almacenes Madrid-París abrieron en el número 32 en 1924, el edificio de la Compañía Telefónica Nacional disputó el título de rascacielos oficial de la Villa en 1928 y se edificó el solemne Palacio de la Prensa en 1930. Cruzando la calle, en la plaza del Callao, aparecieron los cines Callao y el hotel Florida (1923-1964).

Plaza del Callao y Hotel Florida. 1927-1936 @ Antonio Passaporte. Archivo Loty. IPCE. Ministerio de Cultura y Deporte
Con la avenida de Eduardo Dato, edificada entre 1925 y 1930, se conectó la plaza del Callao con la plaza de España, llegando al objetivo con el que se había planteado esta nueva calle. Allí aparecieron espacios tan icónicos de la vida madrileña como el edificio Capitol (1933), el Rialto (1930) o el cine Coliseum (1933). Por fin se había logrado crear una vía de descongestión que, entre otros nudos, pretendía liberar de tráfico a la siempre abarrotada Puerta del Sol. Y, aunque todavía quedaba mucho por construir y perfilar, a partir de la década de 1930, la Gran Vía comenzó a formar parte de la vida de los madrileños.
Centro de vida y ocio
Como hemos comentado, Madrid vivió una explosión en todos los sentidos de la vida desde finales del siglo XIX. Se había mejorado el abastecimiento de agua, la ciudad se había ampliado y, poco a poco, se había ido alejando de la imagen de pueblo castellano. Cuando Elisa Montero llega a la capital, ya se han construido grandes edificios políticos, militares, económicos...Y, en consecuencia, también ha seguido proliferando la oferta de ocio y cultura. Esta, lejos de buscar hogar en las zonas nuevas, se queda muy cerquita del origen mismo de Madrid, en la zona centro, espacio que compartía con las edificaciones de poder mencionadas, el comercio y las viviendas de modistas, comerciantes y profesionales liberales.Así, al llegar el sábado, los madrileños se desplazaban a los aledaños de la Puerta del Sol y la calle Alcalá. Más o menos próximos a estas, se encontraban diversos teatros que deleitaban a la audiencia con representaciones del género chico, los cuplés, las revistas, las operetas o las zarzuelas. Entre ellos, destacó el teatro Apolo, inaugurado en 1873 en la calle de Alcalá como teatro Moratín. También, por supuesto, el Teatro Real - donde compartían cartelera obras extranjeras -, el teatro de la Zarzuela o el teatro Novedades. En el primer tercio del siglo, no obstante, la aparición de las salas de cine obligó a que los madrileños comenzaran a repartirse el tiempo libre. Algunos de los que se inauguraron por entonces fueron los cines Ideal (1916), el cinema Argüelles (1924) o el cine Madrid (1926).

La calle de Alcalá. 1927-1937 @ Archivo Ruiz Vernacci. IPCE. Ministerio de Cultura y Deporte
Los vecinos que preferían (y podían) acudir a un restaurante, tampoco debían alejarse del centro. En la Carrera de San Jerónimo, ya estaba Lhardy y, un poquito más abajo, el hotel Palace, inaugurado en 1912. Cruzando hacia el otro lado del paseo del Prado, estaba el hotel Ritz (1910), también de cocina reconocida. Y, en la calle Mayor, estaba el Tournier, muy popular en los años previos a la Primera Guerra Mundial. En los mencionados hoteles, espacios predilectos para las familias más adineradas, además de almuerzos y cenas, se servía el té y se organizaban bailes como el de la noche de San Silvestre.
Los ciudadanos con menor poder adquisitivo, por su parte, podían acudir, de vez en cuando, a casas de comida como la histórica Casa Botín, en la calle Cuchilleros. También a los cafés, las botillerías, tabernas y bares americanos que completaban la oferta de ocio de la ciudad. Los cafés, además, continuaban siendo lugar para leer el periódico y para organizar tertulias. Algunos de los que están en funcionamiento a inicios del siglo XX son el café Pombo o el café Regina.
Además de estos establecimientos, también existían salones de té y chocolaterías, que hacían las delicias de los más golosos. Y el hipódromo o la plaza de toros de la Fuente del Berro. Pero si alguna actividad ha acompañado a los madrileños desde hace siglos es la de pasear. Aquello de ver y ser visto mientras te da el aire y parloteas gusta casi a todo el mundo. En aquellos tiempos, paseos como el de Recoletos, el del Prado o el de la Ronda eran espacios de recreo y socialización. También lo eran los parques como, por ejemplo, el del Retiro, de libre acceso a los ciudadanos desde 1868. Si ya conoces a Elisa Montero, quizás te suenen todos estos rincones (y otros muchos), escenario de sus aciertos y errores.

Paseo de Recoletos. Paseo y kiosko de Flores. 1927-1936 @ Antonio Passaporte. Archivo Loty. IPCE. Ministerio de Cultura y Deporte