La moda de principios del siglo XIX
Una de las formas de adentrase en los matices de una época concreta de la Historia es poniendo el foco en la moda. Esta no solo nos habla de creatividad, sino que también nos proporciona vital información sobre el modo de vida, la concepción de la practicidad, las normas sociales, las diferencias de clase o la coyuntura económica, entre otros. Por tanto, no podemos dejar pasar la ocasión de bucear en las tendencias que gobernaban el vestido en las primeras décadas del siglo XIX, momento en que se desarrolla la acción de la novela Los mil nombres de la libertad.
Algunas cuestiones previas
Para ganar un poco de perspectiva en lo referente al modo de vestir de los primeros años del siglo XIX, es preciso conocer cuál era la pauta general durante el siglo XVIII y en qué momento cambió. Si nos fijamos en la estética imperante durante toda esa centuria, en las clases altas, nos daremos cuenta de que está caracterizada por un mayor desarrollo de los brocados o los bordados en casacas, vestidos y abrigos. Era habitual el uso de pelucas, así como de polvos y pomadas para blanquear el cabello. Los varones portaban tricornio, medias y calzones. La silueta femenina era artificiosa, gracias al empleo de miriñaques o tontillos, paniers, corsés y ballenas. Nada de esto era nuevo, sino que se trataba de una evolución, con variaciones más y menos profundas, del vestuario que ya se estaba utilizando en Europa a finales del siglo XVII y que seguía las directrices del traje de corte francés.
No obstante, y pese a que ya se habían comenzado a introducir cambios procedentes del traje de campo inglés, hubo un acontecimiento histórico que modificó la moda casi por completo. Estamos hablando de la Revolución Francesa. Confluyendo con otros condicionantes del periodo, se buscó una mayor practicidad en el vestido, tomando fórmulas habituales en la campiña inglesa - donde montar a caballo o cazar eran actividades habituales para las que era preciso disponer de prendas cómodas o, en todo caso, algo más flexibles que las casacas del siglo anterior -. La silueta femenina se deshizo de todo armazón y abrazó el vestido camisa, que casi se asemejaba a una pieza de ropa interior. Las pelucas dejaron de utilizarse. También los tocados verticales. Se buscó una mayor conexión con la naturaleza, pero, sobre todo, un modo de comunicar, a través de la estética, el deseo de abandonar lo que los revolucionarios dieron en llamar “Antiguo Régimen”. Paradójicamente, el vestido camisa no dejaba de ser una versión evolucionada de la “chemise à la reine”, utilizada por las francesas en las Antillas y por María Antonieta en los momentos en los que podía ausentarse de la corte.
A continuación, vamos a ver, de forma resumida, cómo era la indumentaria utilizada por hombres y mujeres a principios del siglo XIX. Es preciso tener en cuenta que vamos a poner el foco en las líneas de vestimenta de las clases altas en Occidente. En este punto, existió, desde el siglo XVII, una cierta uniformización de la moda occidental, debido a la influencia mutua, por lo que existen unas bases comunes. Así, las mayores diferencias regionales se encuentran en las prendas utilizadas clases bajas – visible en el fenómeno del majismo -. Los dos grandes titanes del momento en cuestiones de moda, es decir, los que llevaban la voz cantante, fueron la Francia napoleónica (1799-1815) con su “estilo Imperio” y la Inglaterra de la regencia de Jorge IV (1811-1820) con el conocido como “estilo Regencia”, popularizado, desde finales del siglo XX, por las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Jane Austen.
Moda femenina
1. Ropa interior
Lo primero que debía hacer una mujer acomodada para vestirse era ponerse una camisa o chemissette, la prenda que aislaba el resto de las capas del contacto directo con la piel. Después, era el turno de la cotilla o el corsé. Es preciso mencionar que, en este periodo, y debido a la silueta popularizada, los corsés eran cortos, muchas veces limitados a la parte superior del torso, casi como una versión primitiva de los sujetadores. A continuación, era el momento de las medias y, finalmente, las enaguas, muchas veces sujetas a partir de dos cintas a modo de tirantes.
2. Vestido y silueta
La silueta de estilo Imperio y de estilo Regencia estaba caracterizada por esa tipología de vestido que había surgido ya a finales del siglo XVIII: el vestido camisa. Así, el corte de la cintura no se marcaba en su lugar, sino justo debajo del pecho, las mangas terminaban por encima del codo y solían estar confeccionados en muselina blanca. La mezcla de influencia grecorromana y oriental es indiscutible tanto en la forma como en los discretos bordados. Esta estética supuso una auténtica revolución, pues, según dice James Laver en su Breve historia del traje y la moda: “Quizá en ningún otro período de la historia desde los tiempos primitivos hasta 1920 las mujeres hayan llevado tan poca ropa como a principios del siglo XIX”.
No obstante, la simplicidad fue abandonándose a medida que pasaron los años. Poco a poco, se recuperaron telas abandonadas desde finales del siglo XVIII como el raso o el terciopelo, con lo que el vestido femenino ganó espesor y rigidez, aunque también color. Las mangas volvieron a alargarse y comenzaron a abullonarse en los hombros, tendencia que terminó de desarrollarse en el periodo inmediatamente posterior, el Romanticismo. Así mismo, los escotes se hicieron menos pronunciados y aumentó la decoración en la franja final de las faldas.
Hay que matizar que, durante el día, las mujeres de clase alta diferenciaban entre vestidos de mañana, de tarde y de noche. No obstante, en estos años, si bien sí se mantuvo esta clasificación, la distinción entre unos y otros tenía más que ver con la calidad de los materiales y bordados, así como los complementos, que con una variación radical de la silueta o el tipo de vestido.
3. Zapatos
En el ámbito del calzado, también se apostó por la practicidad. Y es que, las mujeres privilegiadas abandonaron el uso de tacones y dieron la bienvenida a los zapatos planos. Normalmente, estos eran muy parecidos a lo que hoy entendemos como una zapatilla de balé. Algunas se ataban al tobillo. También se empleaban sandalias atadas y planas. Aunque cómodos, eran zapatos extremadamente frágiles que se rompían con facilidad.
4. Abrigos
En los meses de invierno, se sumaba una capa más al conjunto. Las modalidades más habituales eran el redingote, fórmula existente también en la vestimenta masculina y que procede del traje inglés (riding coat), el spencer, una chaqueta corta estilo bolero que encajaba a la perfección con el vestido de corte Imperio o Regencia, y los chales de cachemira.
5. Complementos
El mejor amigo de cualquier dama de la época de Inés de Villalta y compañía era el sombrero. No hemos de olvidar que, hasta el siglo XX, la cabeza se cubría sin excepción. En este momento, y prácticamente durante todo el siglo XIX, la fórmula por antonomasia era la capota, un sombrero de ala recta que se ataba a la barbilla. También fue muy popular el calash, algo más grande, práctico para protegerse en un día de lluvia. Y la cofia, presente en los guardarropas desde hacía siglos y que, sobre todo, se utilizaba en el ámbito doméstico. Por último, en los conjuntos de fiesta, los tocados de plumas y flores o los turbantes eran también habituales.
El segundo elemento indispensable eran los guantes, pues no estaba bien visto salir de casa sin ellos. Se pusieron de moda los que tenían bordados con estampados. También era importante no dejarse el abanico ni la sombrilla, para protegerse del sol. Por último, y dado que el nuevo tipo de vestido no permitía la existencia de bolsillos, era recomendable no olvidar el ridículo, un bolsito pequeño que se colgaba de la muñeca y que permitía que las mujeres guardaran sus pertenencias.
6. Peinado
El cabello de las mujeres abandonó la costumbre del empolvado ya a finales del siglo XVIII. Así, era protagonista el color natural, aunque, como hemos visto y pese a lo que podamos encontrar en alguna que otra adaptación cinematográfica de clásicos de este periodo, la cabeza debía ir cubierta en sociedad (con los matices propios de cada actividad). Los peinados más repetidos fueron los recogidos de inspiración grecorromana: moños no muy altos dejando bucles sueltos a ambos lados de la cara. Para acompañar a los conjuntos de noche o fiesta, este esquema básico solía incluir adornos como cintas, flores, diademas, perlas o plumas.
¿Y el resto qué?
Como decíamos, estas características que hemos resumido hablan del modo de vestir de las clases altas. El resto de la población también recibía una cierta influencia de estas tendencias, pensemos que era una forma de verse elegante, de encajar en ese universo inalcanzable. No obstante, la rutina no era la misma. En muchos casos, había que trabajar en el campo, como servicio doméstico, como hilandera…etc. Así, las muy variadas prendas estaban al servicio de las necesidades de cada oficio y zona geográfica, como se puede observar, por ejemplo, en la obra Colección General de los Trajes de Madrid a la que pertenece el grabado incluido a continuación. Centrándonos en la realidad española, es preciso decir que las mujeres de clases humildes también empleaban varias capas de ropa interior (camisa, cotilla o corsé y medias). En el vestido, era habitual el uso de jubones, guardapiés o basquiñas, tipos de faldas presentes en los Episodios Nacionales de Galdós. Se utilizaban mantillas, cofias, abanicos y chaquetillas. Y era habitual que el moño en el que se recogían el cabello se cubriera con una redecilla.
Moda masculina
1. Ropa interior
Del mismo modo que ocurría en el caso de las mujeres, los caballeros también debían emplear diversas prendas como ropa interior. Pegados a la piel, los calzones y la camisa. Los primeros solían ser de algodón, mientras que las camisas, que se acortaron en esta época, eran de lino o muselina y podían tener cuellos y puños postizos. Encima de esta primera capa, podían utilizar corsés, sobre todo a partir de 1820, y medias, según el atuendo elegido.
2. Vestido y silueta
Podría decirse que, con la poderosa influencia del traje de campo inglés a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, la indumentaria masculina se despidió, durante mucho tiempo, de gran parte del abanico de colores, formas y variaciones que le había acompañado en las últimas centurias. Es el momento en que pierde originalidad y tiende hacia lo básico, convirtiéndose en un elemento casi invariable en la moda del siglo XIX. No obstante, en los años en los que transcurre Los mil nombres de la libertad, existió una mezcla de elementos procedentes del siglo anterior, debido a la pervivencia de la influencia francesa, sobre todo en lugares como España, y las prendas de origen inglés que, a la larga, formaron parte del fondo de armario de los varones de familia acomodada en Occidente.
Así, el conjunto de la casaca, el chaleco o la chupa – prenda que se colocaba sobre la camisa y bajo la casaca - y el calzón continuaron vistiendo a muchos hombres en España y Francia durante las primeras dos décadas del siglo, al tiempo que la influencia del traje de chaqueta inglés se extendía y fusionaba. Este que, como ya hemos comentado, tiene su origen en la indumentaria que los caballeros ingleses portaban en sus distinguidas casas de campo, se componía, en primer lugar, por una chaqueta, que podía ser el frac (corto por delante, con faldón por detrás y solapas amplias en el cuello) o la levita (menos entallada, más larga y cuyos faldones se fueron igualando con la parte de adelante). Estas solían estar confeccionadas en lana o algodón.
Bajo ellas, y sobre la camisa ya enunciada en el apartado de la ropa interior, se utilizaba el chaleco, una prenda surgida como evolución de la chupa, que tendió a acortarse y perdió las mangas. El chaleco, dentro de la escasa variedad cromática de esta vestimenta, era lo más colorido del conjunto y muchos tenían ricos bordados. Por último, se completaba con el pantalón, ajustado, que solía escogerse en un tono distinto al de la chaqueta.
La variación entre los momentos del día no era tampoco muy radical en el caso masculino. Para eventos nocturnos, lo más común era optar por las medias en lugar de emplear pantalones. Si atendemos a los escritos sobre la época de Benito Pérez Galdós y Ramón Mesonero Romanos, es posible identificar la fusión de tendencias en la España de la época. Así, mencionan los calzones, los tricornios, las casacas, las casaca-frac, las botas o el sombrero portugués como prendas portadas por los caballeros en las dos primeras décadas del siglo XIX.
3. Zapatos
En cuestión de calzado, la prenda más extendida – usada en el ámbito militar y parte fundamental de ese traje inglés – fueron las botas. Se llevaban de caña alta, quedando los pantalones por dentro. A veces, se acompañaban con el uso de polainas. Para la noche, las medias se combinaban con zapatillas.
4. Abrigos
Al llegar los meses fríos del año, era preciso ponerse una capa más encima del conjunto escogido. Esta era conocida como sobretodo (bastante literal, por cierto). Las tipologías de abrigo más comunes eran el redingote, ya visto en el caso femenino, y que era una prenda larga de mangas ajustadas. También la capa, vieja conocida, y el carrick, variedad que se caracterizaba por ser ancha y por disponer de esclavinas que, de forma decreciente, decoraban los hombros.
5. Complementos
Era obligado que todo atuendo fuera rematado por un sombrero. En este punto, si nos ceñimos a la realidad española, existían tres opciones principales. Las dos primeras, de herencia francesa, eran el tricornio y el bicornio (habitual en los conjuntos de noche). No obstante, si hubo un sombrero que entró para quedarse durante décadas fue el de copa alta, de tradición inglesa.
Como detalle final en lo referente al torso, se popularizó el uso de corbata, que, como el chaleco, también solía tener colores más vivos que el resto de las prendas. Para garantizar su correcta colocación, fue habitual el uso de alfileres, sobre todo en los eventos de día. Así mismo, al igual que ocurría con las damas, los caballeros de clase alta debían cubrir sus manos con guantes, que solían ser de colores básicos. Como símbolo de distinción, muchos completaban el conjunto con un bastón, que ocupó el lugar dejado por la espada y se convirtió en un símbolo de poder y autoridad.
6. Peinado
Habiéndose despedido de las pelucas y los cabellos empolvados en la Revolución Francesa, el peinado masculino más extendido fue, a partir de ese momento, el pelo corto y despeinado. No era común llevar barba, por lo que, en general, iban rasurados. Solo en el caso de los militares llevaban bigotes o patillas. También en ese grupo es donde más duró el cabello largo en coleta.
¿Y el resto qué?
Como en lo referente a la vestimenta femenina, no todos los hombres podían llevar las últimas tendencias de la moda (como pasa hoy en día). Es cierto que, en el caso de la burguesía, las fórmulas irán permeando de arriba hacia abajo: este grupo hizo suyas prendas como el frac, el pantalón y el sombrero de copa alta. No obstante, si hablamos de clases más bajas, nos encontramos que la base de su indumentaria no varía tanto por cuestión de modas ni queda condicionada por eventos políticos en los que apenas tienen protagonismo. Así, la camisa, las medias, el calzón de paño, el chaleco corto o cuadrado y el jubón fueron los elementos básicos durante muchísimo tiempo. El tricornio o sombreros de ala ancha de larga tradición como el chambergo eran los escogidos para cubrir la cabeza, aunque también se utilizaban cofias. Como abrigo, las capas eran lo común, y el cabello, a veces, se llevaba más largo, combinado con patillas. En cualquier caso, volvemos a encontrarnos con un amplio abanico de prendas y conjuntos que varían en función de las particularidades de cada oficio y región.
No podemos zanjar el tema sin mencionar brevemente el fenómeno del dandismo en la moda masculina de principios del siglo XIX. Y es que, pese a que, como hemos comentado, la indumentaria de los caballeros perdió colorido y originalidad, hubo un grupo de varones que se preocuparon por no desatender ni el más mínimo detalle de su vestimenta. Esta corriente, nacida en la Inglaterra de la Regencia de la mano de George Bryan Brummel – auténtico influencer de moda de la época – se fue extendiendo por otros países y encontró gran acogida con el florecimiento del Romanticismo. A estos caballeros se les podía distinguir por su esmero en la colocación de la corbata, el uso de pantalones muy ajustados, así como del stock, un tipo de cuello rígido que reducía la movilidad de la cabeza. Cuidaban su cabello, peinado hacia delante, y sus barbas y bigotes.
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