Cansada de blancos y negros, se quedó a vivir en el gris. Quizás no le aportaría jamás la contundencia de las afirmaciones categóricas y sin opción a réplica. Pero no importaba. Tenía el foco, la medida.
Había salido a pasear por la ciudad. Era un domingo de los que gritan con energía que la vida hay que exprimirla ya. Sin treguas ni excusas. Mirando alrededor, se convencía de que, en los últimos tiempos, había dado tumbos entre el sí, el no, el bien, el mal, la derecha, la izquierda…Mientras avanzaba por el Retiro, regalando los matices de sus reflexiones a los grupos de deportistas ocasionales que se iba encontrando, pensaba en la cantidad de grises que tenía delante.

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Desde que alcanzaba a recordar, la existencia había sido una carta con dos caras. Una era la buena. Otra la inadmisible. Pero, conforme se hacía mayor, se daba cuenta de que, en la mayoría de las ocasiones, no hay un honesto protagonista y un malvado villano. De que, a fin de cuentas, era todo más complejo. Verse a sí misma como la culpable de la infelicidad de otro no era plato de buen gusto. Pero era necesario.
Pensó que el iris de cada uno ofrece una interpretación única de lo que se ve…Y que, en la mayoría de los casos, ella había tendido a despojarlo de colores. Compraba una versión u otra sin pestañear.

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Lo que no le gustaba era malo. Lo que sí, era bueno. Censuraba. Admitía. Juzgaba constantemente. Era consumidora preferente de verdades a medias sin discusión. Y daba volantazos con cada premisa que la sociedad le susurraba. En aquel rato de desconexión dominical se vio reflejada en cada uno de los seres humanos que se encontraba. Cada cual con su origen y su vida escrito a su manera. Se despojó de los odios y las pasiones que, en abstracto, la gobernaban en la soberbia soledad de su fuerte, de su casa.
Antes de salir por una de las puertas de aquel enorme parque urbano, tomó una decisión inconsciente: a partir de aquellos pasos, la vara de medir sería la búsqueda de buenas personas, gente genuina sin ganas de hacer daño a los demás. El resto de matices los cedería al gris de su pupila, encapsulado, hasta entonces, en un blanco y negro que llenaba de opacidad sus sonrisas.

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