Ya hace tiempo que esta afirmación ronda mis días: soy una impaciente. Sí, lo admito. No hago nada con pausa, todo quiero que se solvente en apenas unos segundos. Ni siquiera como despacio. ¿Tengo remedio? No lo creo. La cuestión es que, en medio de esta tontorrona autocompasión, me he percatado de que el mundo en el que vivimos no contribuye, en absoluto, a que deje de serlo. Problemas del primer mundo, ¡por supuesto! Pero he aquí mi reflexión.
Si echamos la vista atrás, llegaremos a la conclusión de que nuestros antepasados no tenían tantas facilidades para acometer tareas en el mínimo tiempo. Todo era más lento, necesitaba su margen: cocinar, trabajar, viajar, entretenerse, aprender…Hoy en día, las nuevas tecnologías han acelerado el ritmo con el que desarrollamos la mayor parte de nuestras actividades diarias. Sin embargo, la sensación de que las horas se escurren entre los dedos es cada vez más atroz. Estamos sumidos en la era de lo efímero, de lo inmediato.

nile en Pixabay
Yo feliz, no me malinterpretes. Soy una yonqui de la rapidez, de la instantaneidad. Pero hay días en que llego a la conclusión de que se nos está yendo de las manos. Queremos cocinar en un santiamén, llegar del punto A al punto B en dos segundos, divertirnos sin concentrarnos, tener éxito en dos días, aprender en tres intentos…Es como si viviéramos con el botón de fast forward apretado en el mando a distancia.
La pregunta que yo me hago, de vez en cuando, es: ¿para qué quiero correr? Porque, no sé tú, pero yo también me aburro. Me aburro de no tener nada excitante que hacer, al tenerlo todo “ahora, ya” en el mismo momento y, después, calma incierta. He olvidado que, a veces, hay que esperar. Que la vida también es lo que ocurre entre el momento en que decides hacer algo y el instante en que realmente lo consigues. Y no pasa nada.

Estefano Burmistrov en Pixabay
El problema es que en esa espera, recubierta de falsa paciencia, cedemos nuestra atención al móvil, a las redes sociales de consumo rápido, a vídeos que solo pueden durar tres minutos para captar nuestro interés, a textos que no pueden tener más de diez líneas, a canciones a las que sometemos a juicio por su primer minuto…
Y, no sé tú, pero yo, a veces, me ahogo en mi impaciencia. Me freno y me digo: ¿a dónde quieres llegar?
Y, lo más importante: ¿cómo quieres llegar?

Free-Photos en Pixabay