Serie «Escribiendo con canciones»
Este es el último de los cuatro relatos cortos que he creado siguiendo una premisa muy concreta: escoger una canción y escribir la historia que viniera a mi cabeza al escucharla. Al inicio de cada texto, indicaré la melodía elegida para que, como yo, puedas reproducirla una y otra vez mientras descubres qué palabras fueron tejiéndose con ella. Es todo libre, así que no está vinculado con la letra ni con nada concreto. Solo con mis sensaciones. ¡Ojalá te guste!
Rumbo a ningún lugar
Habíamos soltado las maletas sin tener ningún tipo de cuidado. En realidad, de vez en cuando, pensaba en todo lo que había guardado en ellas y me preguntaba si seguiría intacto cuando llegáramos a nuestra primera parada. También, en ocasiones, tenía la horrenda tentación de cuestionarme cuál sería ese alto inicial. Pero pronto recordaba que la regla era no hacer planes. Miré a mis tres amigas. Y, después, eché la cabeza para atrás y dejé que el viento me despeinara.

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No hacía ni dos horas que habíamos comenzado aquella aventura y ya me resultaba lejano todo lo que había abandonado. Llevábamos planificando no planificar más de tres años. Era una promesa que nos habíamos hecho: saldremos a la carretera sin pauta, lo haremos al terminar la carrera. Y ahí estábamos. Saqué la Polaroid que guardaba en el bolso e inmortalicé a mi compañera en el asiento trasero de aquel descapotable que habíamos alquilado. Tomaba el sol con los ojos cerrados.
A nuestros lados, la huella de la humanidad se iba evaporando y solo quedaba la naturaleza que, caprichosa, adquiría tantas formas como pestañeos daban mis ojos por detrás de aquellas gafas de sol. La que iba de copiloto subió el volumen de la radio y empezó a hacer movimientos con su mano. La conductora dio un sorbo a aquella soda. Pensé que ya debería de estar caliente, pues el sol de junio llevaba proyectándose sobre ella durante un buen rato. Pero, en realidad, ¿qué más daba?

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Mis piernas se estiraron con dificultad. Hasta las cintas de las sandalias oprimían toda la energía que había contenida en mí. Mi boca guardaba sonrisas que todavía no habían tenido momento de esbozarse. Mis brazos reprimían las ganas de echar el vuelo. La brisa continuaba revolviendo mis cabellos, que también se habían hechos hijos de la rebeldía desde que el motor había empezado a funcionar. Deseaba ver la línea azul que nos desvelaría que habíamos alcanzado la costa. También los túneles que nos escupirían a parajes verdes y angostos.

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No podía evitarlo. Continuaba conjeturando, a prueba de mi propia palabra. Pedí que subieran un poco más el volumen. Y me tomé una fotografía a mí misma. A aquella versión que no tenía ni la menor idea de qué sería lo siguiente ni dónde dormiría esa misma noche.

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