Desnudé aquel fajo de páginas encuadernadas y me coloqué al principio de todo. Donde nada ha pasado todavía. Me aclaré la voz, arañando minutos a aquel instante y comencé.
Relatos y reflexiones

El suave susurro de un sonajero para dormir. Las ventanas abiertas, no demasiado, el niño está durmiendo. Las poesías del mañana canturrean detrás de la cortina blanca. Los rayos de sol entran tímidamente por el alféizar.
Vamos a jugar a un juego. “¿A cuál?”, dijo una voz en su interior. Es sencillo, será fácil que me sigas. Las reglas no son demasiado complicadas. Vamos a jugar a un juego.
No todos los días sale el sol/ No tots els díes surt el sol
El relato de hoy necesita una pequeña introducción. Y es que, no lo subo por ser el más elaborado, el más largo o del que más orgullosa estoy, sino porque es especial. Este texto lo escribí cuando tenía 13 años para un concurso que organizaba Coca-Cola.
– ¿Qué? – pregunté sorprendida.
No podía creer lo que me estaba sucediendo. Estas cosas no solían pasarme a mí. Aquella no debía ser mi historia. No podía serlo. Mientras me intentaba convencer de estas tres frases, me mantenía inmóvil sentada en aquel sofá color crema.
El otro día casi me echan de mi ciudad. Sí, fue una experiencia horrible. Todo fue por culpa de mi novio, que se empeñó en que fuéramos al museo del Prado a ver una exposición temporal sobre la obra de Goya.
Martina siempre se había considerado una persona feliz. Sí, más o menos. ¿Menos o más? Sacudió la cabeza, como desprendiéndose de aquellos pensamientos tan profundos, tan plomizos. No eran horas. Accionó el botón de su Ipod. My Sharona de Knack.
Te conocía de apenas unos días. Sin embargo, ya notaba que éramos amigos. Me calaste con tus primeras frases, me emocioné con las delicadas comas y me marchité con tus puntos finales. Con cada palabra, una pista. Con cada capítulo, un nuevo comienzo.