Ocurrió, prometo que ocurrió. No tengo fotografías que lo acrediten, ni vídeos que lo demuestren, pero te doy mi palabra: pasó de verdad. Entiendo que erré al no detener la vida, al no pulsar la pausa para dar su momento al flash. No lo pensé. Ahora me arrepiento porque no tengo forma de regresar allí y mi narración siempre sonará a ficción para la audiencia que escuche sin poder ver.
Sin embargo, cuando me arraigo al recuerdo y me traslado a ese instante, me doy cuenta de que permití que me cazara por completo. No lo sentí solo en mis ojos, también en mi piel, en la nariz, en el pecho, en la boca. Me percato entonces de que era imposible capturar el caleidoscopio de verdades que compusieron la armonía de un segundo en la inmensidad.
Vuelvo allí, a ese capítulo sin inmortalizar, y soy consciente de que mi torpeza fue premeditada. Con alevosía también. Cedí mi diminuto poder a la vida real, a la que sabe y huele, y opté por que fuera mi memoria la encargada de congelar las cuatro pinceladas de aquel retrato de una mañana junto al mar.

Pixabay_Free-Photos
Me dejé caer sobre la arena, me escoció la sal en las llagas de la madurez, bebí del sol amable que marzo regala y mi ropa volvió a casa cargada de humedad. Sonreí unas cinco veces, en absoluta soledad. Después un perro olisqueó mi bolsa y se marchó sin más. El cielo más puro y hermoso se pintó ante mí, cruel ignorante del paso del tiempo en aquel rincón del litoral.
Ocurrió casi como te lo cuento. Pero no lo dejé retratado para la posteridad, ni para presumir, ni para demostrar…Mi vida nunca fue material de museo. Nunca lo será. Pero me conformo con beberla, comerla, admirarla, recordarla imperfecta…Si para los incrédulos no ocurrió…
¿Qué más da?
2 Comentarios
Bonito como siempre Maria!
¡Muchísimas gracias, Sergi! Qué ilusión que te haya gustado, de verdad. ¡Un abrazo!
Comentarios cerrados.