Hace poco tiempo, no demasiado, me encontré con una nueva maleta en este original camino que solo conoce de una dirección. Me habían hablado de ella, pero jamás, hasta ese instante, la había experimentado en mis tiernas carnes. Cuando la así del mango, me percaté de que no pesaba mucho. También aquí me contó la arrugada experiencia que, cada vez, habría más contenido en su interior.
Fue en ese momento en el que me visitó la curiosidad sobre qué se escondía tras los cierres metálicos de ese equipaje. Opté por detener mi paseo y arrodillarme. La abrí con la delicadeza que me permitían mis trémulos dedos y, entonces, una nube de recuerdos me envolvió sin preaviso. Eran memorias que ya conocía, pero ahora tenían una apariencia distinta. Se habían difuminado y habían adquirido una esencia peculiar.

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Se habían convertido en un inicio de antiguallas. Y no era consciente. Entre el repertorio de imágenes, hallé las canciones con las que solía bailar delante del espejo cuando tenía cinco años, cepillo en mano, a modo de micrófono. También las tardes placando de gogo en gogo, de tazo en tazo, tras intercambiarlos como cromos. Estaban ahí los despertares de verano contemplando cómo otros niños jugaban por equipos en un parque acuático, ante la animación de los presentadores, previa emisión de aquellos dibujos animados que ya nadie ve.
También se habían vuelto amarillentas las tardes de banco y pipas. Los pantalones acampanados con sudadera y collares ajustados. Incluso las tardes de viernes en las que una visita al videoclub era una excursión al País de las Maravillas. Y la mañana de sábado, volviendo a ver la película alquilada antes de tener que devolverla, antes de que su historia se convirtiera en calabaza o en pareja de ratones.

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Y aquellos días de playa creyéndonos del equipo de Mitch Buchannon. Aquellos años esperando que nos llegara la carta de Hogwarts o que, por un casual, fuéramos Sabrina o alguna de las hermanas Halliwell. Y aquellos bailes de colegio, aquellas funciones, aquellos dibujos, aquellas risas, aquellos juegos en el recreo, aquellos discos de verano, aquellas canciones que solo existían, de vez en cuando, en una radio que había que grabar al vuelo, apretando el botón de REC del radiocassette…Aquellas primeras redes sociales, el zumbido de Messenger, la vuelta a los pitillos, las melodías del primer año de universidad.
Volví a meterlo todo dentro de aquella maleta brillante. Nueva. Recién estrenada. E hice hueco, aconsejada por la sabia veteranía, pues, según me contó, todavía quedaba muchísimo que guardar.

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4 Comentarios
Acabo de terminar el libro y me ha encantado. Estuve en la presentación que hiciste en la librería Santos Ochoa de Salamanca. Adquirí el libro y me lo dedicaste. Mil gracias. Espero que próximamente nos deleites con una nueva novela. Feliz 2020!
Un abrazo
¡Hola, Mercedes! Muchísimas gracias por venir aquel día a la presentación en Salamanca y por leerme, de verdad. Me hace muy muy feliz que hayas disfrutado viajando en el tiempo con Elisa y conmigo, de corazón. Ojalá nos sigamos encontrando en más páginas e historias. Te deseo todo lo mejor en este 2020 que acabamos de estrenar. ¡Un abrazo enorme!
Muy bonito e intimista el relato, como siempre. Gracias. Felices Navidades y muy buen año 2020. Un saludo
¡Muchísimas gracias, Carlos! Me alegra que te haya gustado. ¡Feliz 2020 para ti también! Un fuerte abrazo.
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