¿Sabes esa sensación? Sí, la que produce el estar escuchando una canción que, por lo que sea, consigue conectar contigo en más sentidos de los que jamás imaginaste. Es un instante breve, en el que te sientes comprendida al completo. Las palabras que tejen las estrofas y coros, las notas que les dan vida completa, se meten tan dentro de ti que puedes pasar horas y días escuchándola, una y otra y otra vez.
Son tres minutos de verdad encapsulados en formatos que ya no controlas ni entiendes, pero que hacen que florezca en ti un abanico de sentimientos, de pensamientos, que, si alguien te preguntara, dirías que es casi como volar. De pronto, un pentagrama se hace con el control de tus emociones y te lleva de viaje por tus reflexiones más profundas. Quizás sin llegar a ninguna conclusión, pero sabiéndote a merced de una melodía que, sí, te hace feliz.

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¿Sabes esa sensación? Sí, la que genera una película que se queda atrapada en tu retina, más allá de la zona de influencia de la pantalla. Los diálogos se repiten en tu mente cuando ya has abandonado la sala de cine. Te ha dejado tan buen sabor de boca que te parece una eternidad lo que debes esperar hasta poder volver a verla.
Incluso te planteas repetir al día siguiente. Ha logrado enamorarte, mostrarte nuevos senderos que la vida real no ha esbozado antes. Te sientes alegre, triste, enfadada, pero, en realidad, no sabes exactamente por qué. Si lo analizas en profundidad, la ficción resurge y la llama se apaga. Pero no lo permites. La ilusión de la infancia ha vuelto en forma de fotograma y se queda contigo un ratito más. Solo un ratito más.

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¿Sabes esa sensación? Sí, la que originan las páginas de un libro, que te ha tomado como rehén de sus tramas, sus dinámicas y sus personajes. Te sientes parte indiscutible de lo que está pasando entre renglones. Ocupa momentos en tus días. Incluso cuando no estás leyendo. Incluso cuando simplemente estás mirando al horizonte, deseando regresar a ese mundo que no debiste abandonar la noche anterior, amenazada por el molesto sueño.
Te parece mentira que el papel sea tu cobijo, pero no imaginas mejor escondite para olvidar tu realidad y zambullirte en vidas ajenas, manejadas por otros, decididas de antemano. No obstante, el final te acecha, mientras avanzas hacia la contraportada. Ay, ese final. Se devora en minutos y da cierre a lo que has vivido durante varias semanas. ¿Es posible que haya vida más allá de esas páginas? Ojalá sí. Necesitas que sea así.

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¿Sabes esa sensación? Quizás tú la has sentido también. Yo me enamoré de ella, hace años, y me decidí en silencio a dedicar mi vida, en lo posible, a ser capaz de originarla.
Porque esa sensación es lo más parecido a la magia que nunca he conocido.